Un Estado incidido y controlado por un pueblo empoderado
Un Estado incidido y controlado por un pueblo empoderado
Sólo el Estado puede promover y garantizar el buen vivir de las mayorías
Cuando daba clases de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Buenos Aires, la primera reflexión que le proponía a mis alumnos era la de comparar el objetivo del Estado y el de las corporaciones. ¿Cuál es el objetivo del Estado?, garantizar el bienestar general, el bienestar común de toda la ciudadanía. ¿Cuál es el objetivo de las empresas, de las corporaciones?, la maximización de las ganancias. Además, es un objetivo declarado por las propias compañías, por lo tanto, que no se oculta. Ahora bien, cuando nos planteamos la contraposición Estado-mercado, es cuando tiene que comenzar a dar frutos esta reflexión. ¿Puede el mercado garantizar el bienestar general de toda la población? Es evidente que no. Pensemos, por ejemplo, en la pandemia del Covid-19 que estamos sufriendo, ¿podría el mercado hacerse cargo de organizar y garantizar la lucha contra la pandemia, poniendo como objetivo esencial, como debe ser, el bien común? No, el mercado sería un desastre para esto, el mercado priorizaría la economía por sobre la protección de la vida de las personas y tendríamos millones de muertos. Lo que en este momento es un serio riesgo en los países gobernados por ultra neoliberales como Trump y Bolsonaro, que no han querido responsabilizarse de ordenar una cuarentena obligatoria por temor a que se les desmorone la economía.
Esto nos tiene que hacer reflexionar sobre el papel político del Estado. El Estado es la esencia de lo político. Pero el Estado debe estar incidido continuamente y controlado por el pueblo. Claro que, para que el pueblo pueda incidir y controlar al Estado, tiene que tener, en principio, un buen nivel de educación política. Aquí está el meollo de la cuestión. Acá está la importancia de la alfabetización política. Es la ciudadanía la que debe incidir políticamente sobre el Estado y controlarlo. Esto es fundamental. Y esta es una primera reflexión, que es necesario que hagamos bien y extraigamos todas las conclusiones que hay que extraer de ella.
¿Por qué el Estado tiene que estar incidido y controlado por el pueblo? Porque, de lo contrario, queda sometido a las poderosas presiones, condicionamientos y extorsiones permanentes de los poderes fácticos, convirtiéndose, de esta forma, en un instrumento de los valores e intereses de los sectores dominantes. De ahí la importancia de que el pueblo incida continuamente sobre al Estado y, además, lo controle. Pero para eso debe tener conocimientos y competencias, que sólo se las puede dar una buena alfabetización política. Por cierto, un gran desafío, porque no debemos olvidar que el pueblo está sometido a la influencia y manipulación de los medios hegemónicos, que buscan, todo el tiempo, legitimar los intereses de los sectores dominantes, porque dichos medios son hoy una parte constitutiva de las élites de poder.
Esta es la primera lección de educación política que yo les daba a mis alumnos en mis clases de Ciencias Políticas en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires. Esto era lo primero de todo y me interesaba enormemente que lo comprendieran.
Por otro lado, ¿qué hay detrás de los mensajes “libertarios”[1] de personajes como Milei, Giacomini, Etchebarne, Spert, Boggiano, Carrino, y otros anarquistas de ultraderecha? La perversa idea de que el Estado nos roba, el Estado es ineficiente, el Estado gasta mucho más de lo que tiene que gastar, los políticos y funcionarios se roban todo, el Estado está lleno de gente que no trabaja. Para estos talibanes neoliberales el Estado es un instrumento para la demagogia de los políticos, de ahí su concepción del concepto de “populismo”. Con un cinismo a toda prueba, le llaman populismo a invertir dinero en el bienestar de la población. Le llaman populismo a una distribución más justa e igualitaria de la riqueza producida en la sociedad.
Pero lo que estos personajes no saben, porque no lo entienden, o porque su ADN darwinista les nubla la razón, es que no es posible organizar a las sociedades sin un Estado. Lo que estos individuos no saben, o no les interesa saber, es que la economía está subordinada a la política, que sin política no es posible organizar la vida en las sociedades. Ignoran aun más, que para que el Estado cumpla con su objetivo fundamental, que es garantizar el bienestar general, el buen vivir de las mayorías con verdadera eficiencia y eficacia, debe estar incidido y controlado por un pueblo realmente empoderado, que recién comienza a serlo cuando adquiere conciencia política.
Su perversa obsesión es un Estado mínimo para el pueblo y que, a la vez, garantice sus intereses. Su idea es la eliminación de la función social del Estado. Tanto es así, que, por ejemplo, el talibán neoliberal Javier Milei tiembla de ira cada vez que escucha el concepto de justicia social. Dice, a los gritos, que la justicia social es una farsa, porque el Estado es una máquina de generar pobres, que el Estado está para que la corporación política se enriquezca, que el Estado debería extinguirse. Pero, ¿qué hay detrás de esa eliminación del Estado, ¿quién queda si el Estado no está? El mercado, con sus objetivos, la libertad para maximizar las ganancias sin ningún tipo de freno, ni de límites éticos. Reflexionemos sobre qué sociedades pueden salir de este proyecto, del proyecto libertario.
Pero señor Milei, tremendo ignorante y darwinista social, ¿por qué no le pide al Mercado que se haga cargo de la pandemia del Covid-19?, ¿por qué no critica la situación de los sistemas de salud de los países que aplican el evangelio económico neoliberal, su evangelio, que hoy están colapsando frente a la pandemia?
Ahora bien, ¿de qué concepto de “libertad” estamos hablando?, ¿cuál es el significado de “libertad” que se esconde en el término “libertarios”? No es muy difícil adivinarlo, es la libertad del zorro en el gallinero. Libertad para hacer lo que quieren, para hacer todo tipo de negocios (incluso con el Estado), para enriquecerse sin límites y para promover una sociedad darwinista, donde sólo sobreviven los más aptos, pero para hacer dinero.
Esta pandemia puso en la picota al talibanismo economicista neoliberal. No es casual que los países más afectados sean Brasil, Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia, todos bajo gobiernos furiosamente neoliberales.
Los economistas orgánicos del comando neoliberal global, con la intención de salvar al sistema, instalaron rápidamente una falsa dicotomía: salud o economía. Por supuesto, su recomendación manipuladora es que prioricemos la economía, pero claro, “su” economía, la que genera enormes y crecientes desigualdades. Es evidente que esta dicotomía es falsa. Y lo es porque la promueven los neoliberales que, lógicamente, siempre priorizan la economía, su economía, la de mercado. No están dispuestos a deponer ese modelo, por eso la instalan. No hay tal dicotomía, la salud pública, la vida de la ciudadanía es prioridad uno y si la economía no resiste habrá que cambiarla para que lo haga. Si la gente se muere, ¿de qué economía estamos hablando? No hay duda de que no hay tal disyuntiva, lo que debe cambiar es la economía. Una economía al servicio de la humanidad y no una humanidad al servicio de la economía. Habrá que promover un modelo socio-económico más distributivo, donde la competencia comience a ser reemplazada por la cooperación. Sin duda, la dicotomía “salud o economía” es otra de las estrategias manipuladoras de los dominadores.
Veamos ahora algunos conceptos sobre el Estado, que enriquecerán nuestro nivel de alfabetización política, algo tan necesario en épocas de manipulación mediática.
En la lucha contra la derecha conservadora neoliberal el Estado tiene una importancia crucial
Debemos tener en cuenta, en tanto axioma clave de la política, el papel del Estado como regulador y garante del bien común, frente al avasallante poder y avance del mercado.
Nunca será suficiente señalar el papel fundamental que juega el Estado en la lucha contra la perversa filosofía política neoliberal, a partir de la cual hoy se está gobernando casi todo el mundo. Por eso, todo debilitamiento de su papel fundamental en el ordenamiento, regulación y control del mercado, es un gran peligro. También todo debilitamiento simbólico, sobre todo a través de los medios masivos de comunicación, lo que se viene haciendo desde hace mucho tiempo impulsado por el establishment, es inconveniente y rechazable. Frases como el Estado es ineficiente, el Estado es un elefante blanco, el Estado es demasiado grande, el Estado da déficit, lo importante es reducir el “gasto”[2] social, etc. deberían ser erradicadas de nuestra cultura ciudadana, porque tienen, claramente una intención aviesa. Incluso, los gobiernos de la derecha conservadora neoliberal, como el que nos dejó tierra arrasada en nuestro país, impulsan adrede el deterioro de los organismos estatales a los efectos de “mostrar”, en forma manipulativa a la opinión pública, que son ineficientes, con el objetivo ulterior de promover su privatización.
No nos debemos confundir, la derecha neoliberal promueve un Estado débil y flaco para el pueblo y sólido y fuerte para los sectores dominantes. Lo hemos sufrido en el gobierno de Mauricio Macri, que se quejaba, en forma hipócrita, de que el Estado es muy grande, mientras aumentaba el déficit fiscal quitándole las retenciones a los agro exportadores y las mineras, eliminado los aportes patronales y reduciendo el impuesto a la riqueza y a los productos suntuarios.
La derecha neoliberal, que vive obsesionada por el rédito económico, considera a las políticas públicas como un “gasto”, por eso está abocada todo el tiempo a reducirlas y eliminarlas.
Pero el Estado es una herramienta esencial para el amplio campo popular. Es el elemento político por excelencia. Por eso, debe estar en manos del pueblo. Poseer el Estado es poseer el poder político. Por lo tanto, es fundamental que el Estado esté en manos de gobiernos de sesgo nacional y popular, incididos y controlados por un pueblo activo y movilizado.
El Estado no es el enemigo del pueblo, sino un espacio a conquistar
Pero el Estado, que es el núcleo del poder político, siempre está en disputa. El Estado, en tanto lugar de conflicto y confrontación, es un espacio a conquistar. Y no sólo por los partidos y agrupaciones políticas progresistas en las contiendas electorales, sino también, y principalmente, por el poder popular, mediante acciones de incidencia política concretas y control de las administraciones gubernamentales.
He aquí por qué somos reiterativos respecto de la importancia de que se eleve el nivel de alfabetización política de la población. Sin una ciudadanía politizada[3], la incidencia y el control popular de los gobiernos serán imposibles.
Observemos el ejemplo dramático del gobierno macrista que nos ha tocado sufrir. ¿Cuál fue el nivel de incidencia política del pueblo sobre el Estado administrado por él? Evidentemente muy pobre. Fue tan débil, que un gobierno oligárquico, como el que hemos tenido, pudo moldear el Estado a imagen y semejanza de sus valores e intereses sin que la ciudadanía pudiera hacer algo para impedirlo.
Hace más de tres años escribí en mi libro: “Para que no nos tomen por bolud@s”[4], un capítulo que titulé: “Sin plan de gobierno, pero con plan de negocios”. Allí señalo:
“Me acuerdo de Perón cuando, con su sabiduría práctica, decía: “Para conocer un rengo hay que verlo caminar”. Después de más de un año de ver andar al gobierno de Mauricio Macri, podemos decir sin temor a equivocarnos que no tiene un plan de gobierno, sino un plan de negocios. Todo lo que vamos viendo y descubriendo apunta a sostener nuestra tesis.”
Mirando retrospectivamente el desastre dejado por el gobierno de Cambiemos, vemos que el Contubernio Cambiemos-Grupo Clarín no sólo vino a usar el Estado para hacer negocios, sino que lo hizo, principalmente, para adecuar el Estado a los negocios y a sus negocios. Vinieron a formatear el Estado para hacerlo funcional a las corporaciones, los sectores concentrados de la economía, las finanzas, los intereses de las multinacionales y la Secretaría de Estado norteamericana. A eso vinieron.
Ahora que ya el pueblo los echó, vemos como el nuevo gobierno del Frente de todos está luchando para restablecer el papel del Estado, que fue manoseado por el macrismo, para que vuelva a cumplir sus objetivos específicos: servir a los intereses del pueblo y no a los de las corporaciones, los sectores concentrados de la economía y las finanzas y el intervencionismo regional de Washington. Y que nunca más sirva a los negocios particulares de políticos corruptos como Mauricio Macri y su staff de ministros y funcionarios corporativos, trabajando de los dos lados del mostrador. Corrupción estructural al máximo nivel.
El Contubernio se sirvió de un Estado a la carta. Mediante leyes logradas con la colaboración de sus socios radicales, la complicidad de políticos oportunistas, peronistas y sindicalistas traidores a la causa popular, la extorsión a gobernadores y decretazos, el Estado se fue convirtiendo en un eficaz instrumento de los intereses privados en detrimento de los populares. Un Estado presente y fuerte para los sectores dominantes y ausente y cada vez más mezquino para el pueblo. Un Estado creado a la carta para el festín de la oligarquía. Los saqueadores se fueron y, entre todos sus desastres y calamidades, nos dejaron también la tarea de volver a convertir al Estado en un instrumento con capacidad para regular y controlar la voracidad insaciable de los sectores concentrados de la economía y las finanzas.
Moraleja. El pueblo debe poseer capacidad de incidencia política sobre el Estado, así como competencia para controlarlo. Y para ello debe elevar su nivel de alfabetización política. De lo contrario, deberemos resignarnos a sufrir la opresión, disfrazada de democracia, de la oligarquía.
La lucha por el control del Estado es clave para garantizar el bienestar de los sectores populares
Es claro, como vimos, que el sector privado de las empresas y corporaciones tiene como objetivo supremo la maximización de las ganancias. Y, sin la contracara de un Estado que defienda los intereses de los sectores subalternos, es lógico que la situación social se torne muy injusta para los grupos más vulnerables y las clases medias.
Tenemos experiencia histórica y también, muy actual, de lo que ocurre cuando los sectores de la derecha neoliberal se adueñan del Estado: lo ponen inmediatamente al servicio de sus intereses, que son los de poderes fácticos y las corporaciones multinacionales. Lo que hemos vivido recientemente en la Argentina, nos mostró todavía una cara más dramática, porque los que deberían ser regulados y controlados por el Estado, lo administraron para su propio beneficio. Estuvieron de los dos lados del mostrador. Y esto no fue una incompatibilidad ética, como lo señalaban, y aun lo hacen los falsos periodistas de la mafia mediática, sino algo mucho peor, una situación que les abrió la puerta a todo tipo de actos de la corrupción, que nos dejó un país arruinado y un pueblo empobrecido.
Por eso, la lucha de los pueblos por incidir políticamente sobre el Estado y controlarlo para que sea fiel al mandato popular, es fundamental.
De la misma forma, en la coyuntura actual, es clave que los componentes del campo popular tomemos consciencia de la importancia de los gobiernos de sesgo nacional y popular, que ponen el Estado, no sin una tremenda tensión y lucha con la oposición de la derecha neoliberal, a favor de los intereses del pueblo. La elevación del nivel de alfabetización política de la población implica, como un dato principal de dicha condición, la ambición de dominar el Estado para que haga lo que el pueblo necesita y quiere, para lo cual es preciso, siempre, apuntalar a aquellos gobiernos que comprenden y ponen en juego la idea de que el Estado es un espacio a conquistar a favor de los intereses populares.
En las democracias liberales los pueblos despolitizados se suicidan
Un pueblo despolitizado es un pueblo desempoderado. Su despolitización lo coloca en una situación de gran vulnerabilidad a la hora de tener que decidir su destino mediante el voto. Principalmente, por la acción manipuladora de los medios de comunicación hegemónicos y el control corporativo de las redes sociales. Esta situación puede dar lugar, y de hecho sucedió en nuestro país, a que el pueblo vote a candidatos con proyectos políticos totalmente contrarios a sus intereses. Fijémonos que estos hechos echan por tierra el mito de que el pueblo no se equivoca. Los pueblos, lamentablemente, se equivocan.
La equivocación a la hora de votar es uno de los efectos[5], pero no es el único que debemos lamentar. La debilidad de una ciudadanía despolitizada se refleja también en la calidad de los liderazgos políticos y sindicales. Los pueblos despolitizados y, por lo tanto, que no se comprometen, carecen de las competencias necesarias para presionar, condicionar, controlar e incidir sobre sus representantes, por lo cual corren el riesgo de ser traicionados. Además, sus pobres exigencias hacia los políticos y sindicalistas generan un vacío en la calidad de los liderazgos. Sin exigencias ni controles, es lógico que se lancen a la arena política candidatos que carecen de toda vocación por el servicio público y sí por el poder. ¡Y qué desastre cuando se hacen con el poder político! Tengamos claro que el bajo nivel de consciencia política de una parte sustancial de la ciudadanía es lo que permite este despropósito. Es imposible de refutar, y las estadísticas lo confirman, el hecho de que hay demasiada gente que emite su voto por razones totalmente emocionales y no de razón política. Por eso, estos personajes son tentados por la política. No porque tengan verdadera vocación, sino por la mera ambición de poder. Claro, luego los resultados son desastrosos para el país y el pueblo.
¿Y cuál es la principal razón de todo esto? Sin duda, el bajo nivel de politización de una parte sustancial de la ciudadanía.
La conjunción dialéctica de poder popular y poder político
Aquí sostenemos y fundamentamos, teórica y operativamente, el valor y la importancia, para enfrentar al neoliberalismo, de la construcción, en conjunción dialéctica, de poder popular y poder político.
Existen muchos enfoques teóricos y movimientos y organizaciones sociales basados en la idea de que la clave de las transformaciones verdaderamente progresistas está en el poder popular. Por lo tanto, la tarea fundamental es construir poder desde abajo. Incluso, no pocos plantean un desprecio por el poder político, sustentado en el rechazo por la política representativa y los políticos tradicionales. Un trabajo emblemático en este sentido es el de John Holloway, “Cambiar el mundo sin tomar el poder”. Si bien la construcción de poder popular es completamente necesaria, no es suficiente para frenar y superar a la derecha conservadora neoliberal. Se requiere también, en forma indispensable, de poder político.
Pero estos enfoques teóricos y movimientos y organizaciones sociales, como acertadamente dice Emir Sader, se agotaron en su falta de perspectiva política para construir, o ser parte concreta, de una verdadera alternativa al neoliberalismo:
“Del otro lado, los que planteaban la autonomía de los movimientos sociales –autonomía respecto a la política, a los partidos, al Estado– no han logrado construir ninguna fuerza mínimamente significativa en ningún país del continente. Ni siquiera han dado cuenta de la desaparición de los piqueteros, que habían seguido sus orientaciones. Los 20 años del surgimiento de los zapatistas han sido conmemorados sin ningún balance de qué fuerza han construido hoy en México, de por qué han quedado –heroicamente, es cierto– recluidos en Chiapas, dejando de representar una referencia en la política nacional mexicana. Son posiciones que se quedaron en las denuncias puntuales, en la crítica, mientras que las alternativas a los gobiernos progresistas están siempre en fuerzas de derecha, nunca de los sectores de ultraizquierda, que a menudo se alían a la derecha contra esos gobiernos[6].
Por eso, nosotros sostenemos que la construcción de poder tiene que realizarse en dos direcciones que deben interactuar y potenciarse entre sí de una forma dialéctica. De abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Para nosotros van a ser dos acciones complementarias, un verdadero par dialéctico, ya que, como vamos a ver, no es posible concebirlas una sin la otra.
Tenemos experiencia de que, sin poder popular, los gobiernos de signo progresista no se pueden sostener y terminan derrotados por la oposición de la derecha neoliberal. De la misma forma, sin poder político, las conquistas logradas por dichos gobiernos se pierden rápidamente y los pueblos comienzan a sufrir. Sólo la amalgama dialéctica entre poder popular y poder político, puede permitirnos pensar en la posibilidad de una derrota duradera del neoliberalismo.
Veamos un ejemplo. Recuerdan la Ley de medios en el gobierno de Cristina Fernández, que tanto nos costó conseguir. Que fue obstaculizada en su implementación por infinitas cautelares de los jueces subordinados al Grupo Clarín. ¿Qué pasó cuando asumió Mauricio Macri como Presidente de la Nación? Muy simple, la borró de un plumazo con un DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia). Perdido el poder político, la conquista, que tuvo un gran componente de participación popular, fue aniquilada. Tomemos consciencia de estos hechos.
- En realidad, falsos “libertarios”, porque la única libertad que defienden es la del mercado. ↑
- No deberíamos llamar “gasto” a lo que en realidad es una “inversión”, una inversión en la gente. A los talibanes (fundamentalistas) del neoliberalismo los obsesiona lo que ellos denominan “gasto social”. Por eso, cuando hablan de déficit fiscal siempre ponen el foco en el gasto social, que es, lisa y llanamente, reducir (ajustar) la inversión en políticas públicas para los sectores populares. Pero ¿cuál es la razón de ser de esto? Muy simple, la redistribución progresiva de los recursos del Estado atenta contra las posibilidades de hacer negocios de las corporaciones privadas. He aquí la razón de su obsesión por el “equilibrio fiscal”. Por eso, toda conducta estatal que implique redistribución progresiva de la riqueza, es estigmatizada como “populista”. ↑
- Recordemos que la “politización” es previa a la “partidización”. La politización va más allá de los partidos. Estamos politizados antes de partidizarnos. ↑
- Lens, José Luis (2017) Para que no nos tomen por bolud@s. Elevemos nuestro nivel de alfabetización política para derrotar a la derecha conservadora neoliberal. Buenos Aires: Editorial Dunken. Página 31. ↑
- En nuestro caso fue letal. Poner en el gobierno a Mauricio Macri fue un tremendo error, de gravísimas consecuencias para el país y, sobre todo, para los sectores populares. ↑
- Emir Sader, La ultraizquierda fracasó, 12-1-2015, Página 12. ↑