La república antidemocrática
La república antidemocrática
No es posible hablar de la República sin suponerla conducida por hombres y mujeres en un contexto de intereses contrapuestos, ya que no se puede entender la política sin suponer el conflicto. Por lo tanto, lo bueno y lo malo de la República dependerá de la correlación de fuerzas entre los sectores del poder económico-financiero y el pueblo, con los niveles de empoderamiento y organización que posea. Y cuando la correlación de fuerzas favorece netamente al establishment económico-financiero, la República se convierte en un instrumento a su pleno servicio.
La República, con sus instituciones, los poderes de gobierno y su división y equilibrio, es una forma abstracta, valiosa, por cierto, desde el punto de vista institucional, pero puramente formal. Los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, son claramente poderes formales que, en tanto tales, terminan siendo determinables, controlables y manejables por los poderes fácticos, los poderes reales. Por lo tanto, invocar a la República, como hacen los neoliberales, los antipopulistas (la promovida Gloria Alvarez en Youtube, por ejemplo) y los cipayos disfrazados de demócratas, como si tuviera en sí misma propiedades mágicas para ejercer un gobierno justo y en arreglo a las leyes, sólo a partir de su estructura formal es, o una tremenda ingenuidad política o un burdo engaño manipulador.
El neoliberalismo y sus secuaces recurren al concepto de “populismo”, como un caballito de batalla para deslegitimizar a los gobiernos con contenido popular, que proponen una distribución de la riqueza a favor de los sectores más vulnerables y, por lo tanto, contraria a la que generaron y generan las políticas neoliberales. ¿Qué le critican a los supuestos gobiernos populistas? Que son demagógicos, que clientelizan a las masas y, fundamentalmente, que desoyen a las instituciones republicanas, que las usan como quieren, que las fuerzan, en una palabra, que violan a la sagrada República. Pero no dicen nada cuando la sagrada República es sistemáticamente profanada, violada y usada a su gusto por los sectores del poder económico-financiero. No dicen nada cuando en el propio seno de la República liberal se salvan a los bancos depredadores y usureros y su hunde en la desesperación a los pueblos, a la gente.
No hay duda de que la República, la democracia liberal (representativa), es funcional al modelo capitalista neoliberal y, por lo tanto, al poder económico-financiero y a las derechas alentadas por el imperialismo norteamericano. Ya lo señalamos, la República conforma un sistema de poder formal y, por lo tanto, es condicionable y moldeable por los poderes fácticos. De ninguna manera podemos suponer un accionar impoluto de la República, porque está administrada y conducida por hombres y mujeres, que responden a determinados intereses. La tan mentada división y equilibrio de los poderes es una mera exigencia formal y abstracta, que es imposible que, en condiciones de una correlación asimétrica de fuerzas, se cumpla en la práctica. Es increíble escuchar a los neoliberales anti populistas decir que los gobiernos “populistas” no dejan funcionar a la República, que la interfieren, la desnaturalizan, como si funcionara sola, como si no fuera movida y condicionada por los sectores de poder, sobre todo por las derechas y los poderosos sectores conservadores alentados y apoyados por la potencia hegemónica en la región, los Estados Unidos.
Además, la República tiene reglas de juego bien claras: los gobiernos se constituyen a partir de los votos de los electores, por lo tanto la construcción de fuerza electoral será una prioridad uno de toda fuerza política, sea gobierno u oposición, sea de derecha, de centro o de izquierda. Por eso, en sociedades, como las nuestras, conformadas sobre la base de ciudadanos formales, formados como tales en un sistema educativo bancario, sometidos a una continua manipulación mediática y constituidos políticamente como meros electores (el pueblo elige gobierno, pero no delibera ni gobierna) y no como verdadera fuerza social, hablar de la República como una panacea para todos los males de la democracia liberal es, por lo menos, una tremenda ingenuidad política y, la mayoría de las veces, una retórica malintencionada con objetivos inconfesables.