La importancia de la unidad del campo popular
La importancia de la unidad del campo popular
Los obstáculos para consensuar una agenda de unidad
Mientras las militancias de los diferentes partidos y fracciones políticas no entiendan que deben participar en un “frente unido” anti neoliberal e integracionista de la región de América latina, y el conjunto de la población no eleve su nivel de cultura política, estaremos sometidos a grandes peligros de retorno al poder político de los sectores de la derecha neoliberal.
Ya vimos que la promoción de la fragmentación y división de las fuerzas populares es una de las estrategias maestras de la derecha neoliberal en la región. Esta división es posible percibirla en las fuerzas políticas y sindicales del campo popular en la Argentina. Las causas de estas divisiones son conocidas. Las luchas internas de los grupos y partidos. La ambición de poder y vanidad de los políticos. Los políticos que quieren vivir de la política y no para la política, lamentablemente muchos más de los deseados. Las agrupaciones que para cuidar sus “quintas” realizan políticas de corto plazo, quebrando la unidad del campo popular y desestimando las estrategias de mayor alcance. Las alianzas basadas en la mera suma de votos. También, en nuestro país, la tradicionales e históricas divisiones del peronismo y el dogmatismo, ortodoxia y tradicional sectarismo de la izquierda. La burocracia sindical, con gremialistas enriquecidos, que traicionan el mandato de los trabajadores pactando con las patronales y los gobiernos neoliberales. Una parte de la militancia más amiga de los puestos políticos que de las causas populares. Y la más importante de todas, la baja participación de una población despolitizada y sometida a un implacable moldeo por parte de los monopolios mediáticos del establishment.
Todo esto, sumado a una mala ingeniería electoral del gobierno kirchnerista, nos llevaron a la debacle. De doce años de políticas populares, con problemas, es cierto, con muchas críticas para realizar, pero que mejoraron nuestra situación como país que aspira, en una integración regional, a la soberanía. Pasamos, de la noche a la mañana, a la pesadilla neoliberal de un feroz “ajuste” y creciente pérdida de derechos, que no sabemos cómo va a terminar. Aunque las responsabilidades son diferentes, todos somos responsables de este desastre, que nos tiene que servir de aprendizaje.
En las agrupaciones políticas del campo progresista, la palabra “unidad” muchas veces es un mero eslogan. “Es muy difícil”, es la frase de los referentes de las agrupaciones. Hay como una especie de resignación respecto de la imposibilidad de lograrla. Pero la resignación es el peor camino. De esta forma la unidad jamás será una realidad. Si no la convertimos en un ideario de lucha, nunca lograremos dar un paso hacia ella. Aunque, a decir verdad, para quienes hacen política por intereses y razones particulares, la unidad del campo popular no es un valor que amerite una lucha.
Es lamentable comprobar qué enormes son las dificultades para crear una agenda de unidad del campo popular a nivel de las dirigencias, para luchar contra la derecha conservadora neoliberal en el poder. Sin entrar en una investigación de fondo de este relevante problema político, nos aventuramos a una hipótesis de respuesta, que tiene que ver con la tesis central de este artículo:
Las dificultades para lograr consensuar una agenda de unidad a nivel de las dirigencias políticas y sindicales para luchar contra el neoliberalismo en el poder, se deben a dos razones fundamentales:
- La desideologización[1] de las dirigencias.
- El bajo nivel de politización de la población general
Ya nos referimos a la importancia de la dimensión trascendente de la política como campo de definición fundamental para su ejercicio, ya se trate de la dirigencia como de la militancia. En esta dimensión se definen, la posición ideológica fundamental, que luego guiará la conducta de dirigentes y militantes y, también, las estrategias para tomar las decisiones en la dimensión inmanente de la política.
Si realmente hay una definición ideológica clara y auténtica, luego deberá existir coherencia respecto de las conductas adoptadas en la dimensión inmanente de la política.
Tenemos un ejemplo a la mano, lo que ocurrió en la cámara de diputados. Un conjunto de diputados del Frente para la victoria, encabezados por Diego Bossio, que hasta antes de la derrota del kirchnerismo parecía un ferviente militante de la causa, se separaron del conjunto para formar un bloque propio, al decir de ellos mismos, más moderado y que le diera gobernabilidad a la nueva administración. Con esta acción posibilitaron que el macrismo obtuviera quorum propio, con lo cual, pudo presentar sus propios proyectos de ley. ¿Qué ocurrió aquí?
La lectura no es difícil. Sin duda hubo maniobras del macrismo para dividir el bloque del Frente para la Victoria, que sedujeron a los diputados secesionistas. La actitud del macrismo es perfectamente entendible: usaron la vieja estrategia de dividir para reinar. Típica maniobra de la derecha liberal a nivel global y nacional. Fragmentar el campo popular de todas las formas posibles. Pero ¿por qué la seducción tuvo efecto? Porque los políticos seducidos no estaban movidos por una ideología opuesta a la neoliberal, lo que correspondería de acuerdo a lineamientos del kirchnerismo, partido en el que estaban y razón por la cual la gente los votó. Lo que los movió fue la ambición de poder y el afán de seguir colocándose como políticos activos en consonancia con el poder de turno. De tener una definición ideológica clara no hubieran aceptado. Pero esta gente no tiene ideología, sino sólo ambiciones personales. Como políticos son un fraude y merecen el mote de traidores, por más arquitectura discursiva que inventemos para justificar lo que no tiene ninguna justificación. Fueron y son funcionales al macrismo, a la derecha neoliberal.
Ahora bien, aquí comienza a funcionar la otra razón. La baja calidad democrática y debilidad del vínculo representantes-representados en las democracias liberales. Quienes los votaron como diputados, dado su bajo nivel de alfabetización política (de politización), no pueden ejercer, ni tampoco tienen interés en hacerlo porque delegaron su responsabilidad, ningún tipo de presión a los efectos de obligarlos a mantenerse en el bloque o renunciar a sus bancas, ya que dejaron de representar el mandato original.
Sintetizando, las dos razones del quiebre de la unidad del bloque son, más allá de la estrategia de “dividir para reinar” del macrismo, la falta de definición ideológica de los políticos, lo que debería dejar su sello en la memoria de la ciudadanía para no votarlos nunca más, estén en el partido que estén, y la baja calidad democrática del vínculo de representatividad, lo que es típico de la democracia liberal.
La unidad del campo popular frente a un enemigo común
El objetivo de conseguir la unidad del campo popular hay que entenderlo como un ideario, una especie de utopía movilizadora, porque es muy difícil de conseguir. Lo que se percibe en el campo popular, por lo general, es fragmentación y desunión. Por un lado, la derecha neoliberal tiene mucha experiencia en la tarea de provocar la división en el campo popular. Y, por el otro, los componentes del campo popular, la dirigencia política, el sindicalismo, los movimientos sociales, la intelectualidad de izquierda, la ciudadanía, todavía creemos mantener un montón de razones para no estar unidos contra el enemigo común. Frente esta situación hay algo que todos debemos reafirmar con fuerza, nuestra vocación política de luchar para conseguir la unidad del campo popular.
La unidad del campo popular es, para nosotros, una premisa de las más importantes. Ya vimos cómo la existencia de un enemigo común y bien identificado es favorable para el logro de esta unidad. La unidad es un factor clave para la mejora de la asimetría entre las fuerzas de la oligarquía y las populares. La unidad aumenta considerablemente el poder popular. Pero no es fácil de conseguir y está amenazada. El enemigo común está en una posición nueva, porque posee, además del poder fáctico y real, también el poder político, lo que le da una fuerza inusitada y, a la vez, posibilita la unión de la oposición. No obstante, las fuerzas del campo popular están históricamente fragmentadas en nuestro país.
Están fragmentados los partidos progresistas de izquierda. Cada uno hace su juego, lo que debilita notablemente la posibilidad de una estrategia política que lastime a la derecha, ahora en el gobierno. Está fragmentada la izquierda radicalizada, aunque tiene un bajo porcentaje de votantes. Está fragmentado el peronismo. Está fragmentado el sindicalismo. Y este también es un dato histórico. Hoy la fragmentación es alta. No hace falta decir, que la unidad en este espacio es importantísima. Potencialmente, la fuerza que hoy posee la derecha neoliberal, inédita en la historia Argentina, debería ser un factor positivo para la unión del campo sindical. Decimos “potencialmente”, porque la unión hay que hacerla efectiva, lo que no es una tarea simple. También aquí hay otro tema muy preocupante, que conspira en contra de la unidad. Se trata de la denominada “burocracia” sindical, un eufemismo para señalar la complicidad de una parte de la dirigencia con los intereses de las patronales y el gobierno de la derecha. Esperemos que aquí no se tenga que dar lo que decía el General Perón: “Con los dirigentes a la cabeza, o con la cabeza de los dirigentes”.
El pactismo y el dialoguismo con las fuerzas políticas y económicas enemigas del pueblo es un dato, lamentablemente, muy presente en la historia de nuestro sindicalismo, y nada nos señala que no pueda volver a ocurrir. De hecho, hasta el momento está ocurriendo. Lo único que puede impedir la concreción de esta amenaza es la presión e incidencia de las bases sobre las dirigencias. Y, por supuesto, la calidad de esta presión e incidencia política, depende, en gran parte, directamente de su capacidad de movilización, así como del nivel de alfabetización política alcanzado por los trabajadores.
Otra fragmentación que nos preocupa mucho es la que se da dentro de los propios partidos. Es proverbial e histórica la división en el movimiento peronista, que siempre, en las últimas décadas, albergó, en constante tensión y lucha interna, a sectores de la derecha y de la izquierda. Hoy esta tensión se renueva entre sectores del kirchnerismo que perdió las elecciones y un montón de grupos que, amparándose en las marcas peronismo y justicialismo, le hacen el juego a la derecha neoliberal y a sus ambiciones personales. Es claro que el kirchnerismo, más allá de los errores que se sobredimensionan por la lectura antidialéctica que realizan sus enemigos (de adentro y de afuera), es la fuerza que mejor interpretó y llevó a la práctica las raíces populares del peronismo.
Pero la división, convertida en sectarismo, más manifiesta, aunque con menos impacto político que el que posee el peronismo, está en las fuerzas políticas de la izquierda radicalizada. Aquí es necesario hablar de sectarismo, porque el caudal de votos es mucho menor que en las otras fuerzas y la división es mucho mayor. Un porcentaje muy reducido de votos se reparte en varias agrupaciones. Esto es prácticamente incomprensible, pero real.
Existe un criterio interesante y valioso para evaluar la evolución de la lucha interna en el campo popular por la unidad y lo que cada actor político y sindical realiza en pos de ese logro. Se trata del nivel de adhesión a la “causa”, que se define en la lucha contra el neoliberalismo. En qué medida esta “causa” tiene peso en las decisiones políticas tomadas. Qué valor se le atribuye y cómo gravita en los proyectos y planes de lucha, así como en las propuestas de cambio favorables a los sectores populares. En qué medida la militancia es más política que partidaria. Lo interesante es poder determinar cuál es el peso de la dimensión trascendente de la política en las decisiones que toman los partidos, los sindicatos y gremios, así como los actores políticos de los diferentes sectores[2].
No es sorprendente, pero sí muy lamentable, lo que se percibe en las movilizaciones de rechazo a las políticas neoliberales del gobierno de Mauricio Macri. ¿Dónde está la dirigencia?[3] Estamos yendo a estas movilizaciones y sentimos vergüenza ajena y mucha indignación. La derecha neoliberal es enemiga de “todo” el campo popular, pero, notablemente, pesa más el sectarismo partidario y la complicidad de la dirigencia con el nuevo gobierno, que la “causa” unificadora. Es realmente triste. Esto debe cambiar.
El valor de la unidad del campo popular es inmenso, es mucho más importante que la retórica que lo enuncia en forma rutinaria y vacía. Y está totalmente vinculado con el nivel de alfabetización política de las masas.
Dimensionarlo adecuadamente es una tarea que no podemos dejar de realizar. Todo militante y ciudadano comprometido políticamente, debería reflexionar sobre la importancia y valor de la unidad del campo popular. Quien lo hacía continuamente, lamentando, lo que él llamaba la “izquierda sectaria”, era Paulo Freire. Sus consejos tienen hoy una vigencia mayor que antaño. Lo que debemos hacer, decía, es saber distinguir a los “antagónicos” de los “diferentes”. ¿Quiénes son los antagónicos? Freire los definía como “los que prohíben ser”, ésos son los antagónicos. Y los ejemplos de estos personajes nos saltan a la cara. Están ahí, son perfectamente visibles. Son los que idearon y están llevando a cabo el siniestro plan de generación de desempleo en la Argentina, los Melconián, Los Broda, los Espert, los Dujovne, etc., y los que lo están aplicando: el gobierno de Mauricio Macri. Por su parte, vemos cómo escandalosamente, el Grupo Clarín, sus directivos y periodistas, distraen a la gente con todo tipo de manipulación informativa, para que no focalice su mirada sobre lo realmente importante, el desastre del plan macrista, que ya generó dos millones de pobres más, ochocientos mil desocupados, un tarifazo impagable y la puesta en práctica de un plan para generar dos millones de desocupados en la Argentina. Y el 2017, como sabemos, viene con más ajuste fiscal, más recorte de las políticas públicas, más tarifazos, más desocupación, más amenazas de flexibilización laboral, mucho más endeudamiento externo, más sometimiento geopolítico al orden neoliberal, en fin, el cóctel más nefasto que podamos imaginar para el pueblo y una Argentina que aspire a su independencia y soberanía.
Los que prohíben ser son los antagónicos, la oligarquía dominante y sus secuaces y esbirros. Todo el resto somos los diferentes, el amplio campo popular, que el periodismo mercenario y vendepatria confunde y divide de forma sistemática. Indigna comprobar cómo lo hace, cómo se usan los medios para mentir, engañar, distraer, desviar las miradas. Quien no lo vea, le pido por favor que reflexione, porque es muy evidente. No puede haber “grietas” entre los diferentes. Si las hay fueron instaladas, sin ninguna duda.
La única grieta, y vale repetirlo una y otra vez, es la que existe entre la oligarquía y el campo popular.
Es verdad, la unidad del campo popular es muy difícil de lograr, pero no caigamos en el fatalismo que desparrama por el mundo la derecha neoliberal, asumiendo que es imposible. Es completamente posible. Tan posible como la transformación de cada uno de nosotros mismos. Que si nos transformamos, transformamos el mundo.