El sicariato mediático macrista
Un sicario es una persona que mata a alguien por encargo de otro, por lo que recibe un pago. El sicariato es el oficio de los sicarios. Entonces, vale decir que existe un sicariato mediático, compuesto de figuras y periodistas que “matan” por encargo a todos aquellos y aquellas molestos para el poder. ¿Cómo los matan o intentan matarlos? Con difamaciones, mentiras, calumnias, operando mediáticamente sobre el poder judicial, etc.. Todo su talento, si es que lo tienen, lo dudo, se enfoca a esta deleznable tarea, que ellos cumplen con la rigurosa profesionalidad de los periodistas independientes y objetivos, valores de los que, en forma pedante, se jactan. .
Verlos mentir, difamar y manipular los datos y a la gente va más allá de la indignación, realmente dan asco. Ver como todos estos esbirros sirven a sus amos, es un ejercicio de pesadilla. Uno se pregunta: ¿tiene idea esta gente de lo que significa la dignidad, el honor, la vergüenza? En verdad, no tienen dignidad. Traicionan a su pueblo y a la patria por veinte monedas.
Demos los nombres de estos personajes, servidores de pasado en copa nueva:
Jorge Lanata, Mirta Legrand, Susana Giménez, Joaquín Morales Solá, Luis Majul, Luis Novaresio, Alejandro Fantino, Alfredo Leuco, Diego Leuco, Marcelo Longobardi, Jorge Fernández Diaz, Julio Blanck, Eduardo Van Der Koy, Nelson Castro, Román Lejtman, Gabriel Levinas, Fany Mandelbaum, Pablo Sirvén, Javier Navia, Carlo Ares, Javier Porta Fouz, Mario Pereyra, Rebeca Bortoletto, Marcelo Bonelli, Adrian Ventura, Dominique Metzger, Edgardo Antoñana, Sandra Borghi, Sergio Lapegüe, Roxy Vázquez, Eddie Fitte, Julio Bazán, Eduardo Feinmann, Fernando Carnota, Daniel Santoro, Sergio Berensztein, Mario Markic, Dolores Cahen D¨Anvers, Juan Micelli, Romina Manguel, Mercedes Ninci, Baby Etchecopar, Luciana Geuna, Nicolás Wiñaski, Antonio Laje. Luis Rosales, Maxi Montenegro, Fernando Iglesias, Pablo Duggan, Julia Mengolini, Guillermo Lobo, Santo Biasatti, María Laura Santillán, Ricardo Kirschbaum, Magdalena Ruíz Guiñazú, Fernando Bravo, Daniel Malnatti, Ceferino Reato, Juan Carlos de Pablo, Hugo Alconada Mon, Orlando J. Ferreres, Ezequiel Fernández Moores, Eduardo Fidanza, Carlos Pagni, Alejandro Borensztein, Ricardo Roa, Fernando González, Sergio Rubin; Pamela David, Facundo Pastor, Mónica Gutierrez, Santiago del Moro, Ari Puluch, Paulo Vilouta, Tato Young, Liliana Franco, Mariana Fabiani, Lucas Bertero, Natalia Moncalvi, Luios Bremer, Silvia Fernández Barrio, Ángel de Brito, Martín Ciccioli, Fernando Cerolini, Jonatan Viale, Debora Plager, Natasha Niebieskikwiat, María Julia Oliván, Carlos Campolongo, Marcos Aguinis, Federico Andahazi, Santiago Kovladoff, Daniel Sabsay, Juan José Sebrelli, Julio Bárbaro y siguen las firmas…
Pero también están, aunque el plantel es mucho más reducido, los que patean para el lado de la justicia:
Víctor Hugo Morales, Roberto Navarro, Dario Villaruel, Gustavo Silvestre. Carlos Polimeni, Roberto Caballero, Leonardo Greco, Eduardo Aliverti, Carlos Heller y por acá termina el listado, aunque en los medios alternativos hay mucha gente que trabaja contra el neoliberalismo, pero no tienen rating.
Como podemos ver la asimetría de influencia y poder entre el periodismo mercenario y tóxico y el crítico al oficialismo oligárquico, es notable. Es una contienda muy desproporcionada, muy injusta. No hay duda de que el espacio mediático es ampliamente dominado por el periodismo esbirro. Creo que ahora los que dudaban de la importancia de la Ley de medios, abortada mediante cautelares de los jueces adictos a la oligarquía en el gobierno de Cristina y liquidada de un plumazo por Macri con un DNU, ya no tienen más argumentos para hacerlo. Queda muy en claro ahora el valor que tenía esa Ley, ¿no?
La misión del sicariato mediático, triste y despreciable objetivo, es envenenar a la población para ponerla en contra de las figuras sociales y políticas que molestan a la oligarquía que hoy nos gobierna. El poder político no puede estar en manos de gobiernos de coloratura nacional y popular, hay que combatir a muerte al “populismo”. Para eso, la tarea es erosionar hasta el infinito a aquellas figuras que, con sus más y sus menos, utilizaron y utilizan el Estado a favor de los valores e intereses del campo popular. La degradación a la que llegó este periodismo mercenario y basura es incalculable, descendió a lo más profundo del infierno de la inmoralidad. Más bajo no se puede caer.
Pero la increíble realidad de una población que mayoritariamente vota a sus verdugos, no puede explicarse sólo por el accionar aplastante de los medios hegemónicos con su poderoso sicariato. Es necesario hacer lugar a otro elemento clave: una población influenciable. Una población formateada por el sistema capitalista en sus bases espirituales profundas. Una población en la que se enquistaron los valores e intereses de la oligarquía, pero que, paradojalmente, no es oligarca: el individualismo, el egoísmo, la competitividad extrema, la ausencia de sensibilidad social, la falta de solidaridad, etc. Asimismo, la avasallante evolución de los medios, cada vez más globales, con más tecnología, con más poder de seducción y encandilamiento, ocupando un espacio cada vez mayor en la vida de la gente, hicieron lo suyo. La población, en general, es cada vez más pasiva y receptiva, esto es, menos activa. No busca, no investiga, no lee. Por lo tanto fue perdiendo el espíritu crítico. En estas condiciones la población, en general, es devorada por los medios hegemónicos. Y en una democracia liberal (representativa), en la que se llega al poder político a través de elecciones, el negocio de la oligarquía es redondo. Con el poder hegemónico de los medios, capaces de fabricar una opinión pública que reproduce sus valores e intereses, mediante operaciones mediático-judiciales, relatos manipuladores, mentiras y promesas que nunca se cumplen pero que son compradas por la gente, se ponen en condiciones de conquistar y sostenerse en el poder político, como a ellos les gusta decir: “democráticamente”. En realidad, mediante el accionar de los medios hegemónicos y las operaciones mediático-judiciales se destruye a la democracia, aunque en el imaginario colectivo siga vigente.