Dictaduras explícitas y dictaduras implícitas
Dictaduras explícitas y dictaduras implícitas
Las dictaduras explícitas son las que definimos como tales, como dictaduras. Son las que imponen su poder en forma explícita, sin vueltas, de frente. Su vocación política es la prohibición autoritaria. Son expertas en listas negras de lo que no se puede leer, en prohibir hablar de determinados temas, de reprimir de distintas formas a los que expresan un pensamiento divergente al que ellas profesan. En verdad, las dictaduras explícitas son insoportables, detestables, abominables. Quienes las sufrimos no queremos ni acordarnos del oprobio que significaron en nuestras vidas, del daño que nos hicieron a nosotros y a todos los que nos rodeaban. Después de vivir estas instancias tan absurdas y degradantes, tan aplastantes material y espiritualmente, tan indignas, el Estado de Derecho se recibe como una bendición, como un bien incalculable.
Es tan importante el contraste entre las dictaduras explícitas y el Estado de Derecho, es tan notable el cambio, que se deja de percibir que el Estado de Derecho es un elemento de las democracias representativas, de las democracias liberales. Sin embargo, hoy las democracias liberales no son auténticas democracias, sino democracias que podríamos denominar restringidas, controladas, manipuladas, etc. Las democracias representativas, aunque parezca algo disparatado decirlo, en la época que vivimos se expresan y funcionan como dictaduras implícitas. Pero, ¿qué significa “dictadura implícita”? Las dictaduras clásicas, las explícitas, practican un modelo de ejercicio del poder basado en la coacción represiva, más que en una dominación que busca el consenso y la legitimación por parte de la ciudadanía. Aunque políticamente no pueden desdeñar esta última. Es lo que Miguel de Unamuno, en la Guerra Civil española, les tiro valientemente en la cara a los fascistas de Franco: “Vencerán, porque tienen la fuerza bruta, pero no convencerán”. La fuerza bruta y la represión, son la piedra de toque de las dictaduras explícitas. No obstante, hay también una forma de dictadura implícita, que se ejerce mediante la manipulación de la ciudadanía, de los pueblos, que se da y se ejerce, precisamente, en las democracias representativas.
¿Puede aspirar a la libertad de expresión una ciudadanía desinformada, sin espíritu crítico, sin participación social y políticamente descomprometida? ¿qué tipo de libertad de expresión sería ésa, donde ya no existe necesidad de prohibirle lecturas, porque no tiene inquietudes, ni deseos de leer? Cuando el espíritu crítico ha desaparecido reina la autocensura inconsciente y, entonces, estamos en una dictadura aún más peligrosa que la explícita, porque en esta última el deseo y la criticidad todavía están vivos. Deberíamos hablar, entonces, de democracias controladas. En estas democracias mentirosas, en estas dictaduras implícitas, porque están sesgadas por el aplastante relato de los dominadores, tenemos que soportar el engaño de los que declaman, pletóricos de liberalismo, el periodismo independiente. Por favor, no insulten nuestra inteligencia, porque en los medios de comunicación monopólicos y hegemónicos no existe la más mínima posibilidad de un periodismo independiente[1]. Es ridículo escuchar, como acabo de hacerlo, a un periodista como Jorge Lanata quejándose de que los autoritarismos de izquierda y de derecha no toleran el periodismo independiente. Pero ¡miren quién habla!, un periodista al servicio del poderoso multimedio Clarín. Un cipayo mercenario.
Otra virtud de las democracias controladas, ponderada por sus apologistas, es que en ellas se permite la expresión de todas las voces. Y a eso le llaman “tolerancia”. Estoy cansado de escuchar a periodistas de nuestro medio alabar a la democracia liberal porque permite que todos hablen, como si esa fuera una virtud imponderable de este modelo político. Esta tolerancia permite, por ejemplo, que una furiosa republicana norteamericana exprese en los medios que a los inmigrantes mexicanos habría que pararlos con un bombardeo similar al de los israelíes sobre la Franja de Gaza. ¡Qué problema hay que envenene a la audiencia con ese mensaje miserable, lleno de odio, si lo que está en juego es la libertad de expresión. Libertad de expresión que queda convertida en una enorme falacia, cuando comprobamos que el espacio para que puedan hablar los que disienten y son críticos del sistema no existe, y cuando existe se lo reduce a la mínima expresión, o se lo borra del juego. Es el caso de la desaparición mediática de Roberto Navarro, un reconocido crítico del gobierno de Cambiemos. Un hecho intolerable en una democracia, pero perfectamente posible y aceptable en una dictadura implícita como la que estamos padeciendo en la Argentina.
No hay duda de que en las democracias liberales las ideas dominantes son las de los sectores dominantes, por lo tanto, la libertad de expresión es una farsa.
- La metáfora del cuarto poder, la libertad de expresión y el periodismo independiente, son el más grande cuento chino que nos podamos imaginar. Hasta suena ridículo y absurdo utilizar estos conceptos para referirnos a los medios de comunicación. Hace ciento sesenta y nueve años que Karl Marx en la Ideología alemana nos advirtió que las ideas dominantes son las ideas de los sectores dominantes, con lo cual ya en ese entonces echaba por tierra el mito del cuarto poder, nacido en los albores de la Revolución francesa y que muchos periodistas de nuestro medio todavía le quieren vender a la gente. Por ejemplo, Nelson Castro, metiendo miedo a la población por la emergencia de la Ley de Medios, queriendo hacernos creer que si desapareciera TN el pueblo se quedaría sin voz. O Jorge Lanata, haciéndose el periodista independiente, cuando es inocultable que responde a los intereses de una corporación multimedia. Los medios no son el cuarto poder, sino una expresión del poder de los sectores dominantes. Y el gran poder del pseudo cuarto poder, es la desinformación. Nunca en la historia de la humanidad, con tantos medios y canales de información, los puebles estuvieron más desinformados que hoy. Porque para dominar hay que desinformar. Lo saben muy bien quienes, por ahora, conducen este mundo. De la mano de la metáfora del cuarto poder vienen las remanidas ideas de “libertad de expresión” y “periodismo independiente”. Nada más ridículo que decir que los medios son la garantía de la libertad de expresión. Es tan disparatado y absurdo que mueve a risa. ¿Los medios defendiendo la libertad expresión? Lo que defienden los medios es la libertad de empresa y el sistema dominante. Realmente, tenemos que ser muy ingenuos e infantiles, hasta diría estúpidos, para creer que existe un cuarto poder, que los medios garantizan la libertad de expresión y que pueda existir algo así como un periodismo independiente. ↑