Hablemos de política
Hablemos de política
La gran confusión
“La gran mayoría de las personas cuando se definen como apolíticas, en realidad nos están diciendo que son apartidarías. Esta es una confusión tan común y generalizada que, lamentablemente, se ha naturalizado. Pero lo peor aquí, es que así se degrada la acción política, que es la esencia de nuestro ser social”.
¿Por qué decimos que debemos “politizarnos”[1] para asumir con plenitud nuestra responsabilidad como ciudadanos? Y lo sostenemos a sabiendas de que con esta idea nadamos contracorriente. Recordemos nuestras charlas cotidianas en familia, también con nuestros amigos y compañeros de trabajo y vamos a comprobar que la mayoría de la gente ha naturalizado la idea de que debemos evitar la política.
Si nos invitan a un asado o a un cumpleaños, lo primero que nos dicen es que “no hablemos de política”. Si hablamos de política arruinamos todo, porque la política es siempre motivo de discusión virulenta, de peleas irreconciliables. Acá hay un enorme malentendido, pero que tiene explicación. ¿Saben qué pasa?, se confunde “politización” con “partidización”. Y esta es una confusión fatal. Si bien para ir al fondo de esta cuestión es necesario desarrollar un conjunto de saberes en el marco de un proceso de alfabetización política[2], vamos a adelantar algo.
La confusión viene de que el concepto tiene por lo menos dos significados que, si bien están dialécticamente relacionados, debemos diferenciar para comprender cabalmente el fenómeno político y, más aun, lograr posicionarnos estratégicamente en el debate y la lucha por la transformación social. De ahí que, para echar luz sobre los dos significados, sus diferencias y sus relaciones dialécticas, es necesario saber que existen dos conceptos de “política”, aunque es cierto que se ha naturalizado la existencia y uso de uno solo de ellos, la que hacen los políticos, la política de partidos, la política de los políticos. Fijémonos que la mayoría de las personas, cuando se definen como a-políticas están suponiendo ese significado. Por eso, en realidad se están definiendo como a-partidarias y no como a-políticas. Y como vamos a mostrar enseguida, no es posible ser apolítico. Nadie es apolítico.
No obstante, hay otro significado de política. La política como compromiso y movilización ciudadana[3] en el marco de la búsqueda de la autodeterminación colectiva. Y aquí no tiene cabida la apoliticidad. Pero no necesitamos afiliarnos a ningún partido para estar politizados. Lo que no quiere decir que no podamos afiliarnos y militar en uno. Acá no hay contradicción.
Es necesario saber que renunciar a la política es renunciar a cambiar el mundo. Así de importante es esta cuestión. Por eso, es entendible que las oligarquías[4], los sectores de poder, promuevan la despolitización de la población. De promoverla se suicidarían como clase. Y, como decía Paulo Freire, las clases dominantes no se suicidan. Sabemos que una población despolitizada, es una población más fácil de manipular y dominar.
La palabra “política” ha sido históricamente ensuciada por las oligarquías. Fue estigmatizada mediante su poder cultural y la enorme manipulación de los medios de comunicación que monopolizan. Lamentablemente, la gran mayoría de la población ha naturalizado la estigmatización. Con los conceptos de “política” y “partido”, “politización” y “partidización”, hay una gran confusión, que le hace un daño enorme a la causa popular. Sin inmutarse, políticos, periodistas, intelectuales, docentes, sindicalistas, incluso comunicadores realmente progresistas caen el error, que tanto daño hace, aunque no lo hagan intencionalmente. Por ejemplo, usan el concepto de “política” para todo, cuando deberían utilizar el de “partidaria”. Dicen: “este paro tiene una intención política”, “esta manifestación es política”,”la frase de ese actor es política”, “lo que dijo ese periodista tiene una intención política”, “por favor, no hagan política”, “en la escuela no se hace política”. En todos los casos se debería haber usado los términos “partidaria” o “partidismo”. Sin darse cuenta, porque lo tienen naturalizado, siguen estigmatizando la política, que es la acción que nos define como seres sociales. Con poca consciencia del problema, están haciendo un daño enorme, porque son funcionales al proyecto despolitizador de los sectores dominantes. Hace unos días el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, dijo: “nosotros no hacemos política, gobernamos, que es una instancia superior”. Debería haber dicho: “nosotros no hacemos partidismo, hacemos política, que es una instancia superior”. ¿Ignorancia o manipulación? Creo que un poco de las dos cosas.
Mediante una constante tarea de sedimentación cultural, a través de una escuela formalista y esterilizadora y sus medios de comunicación hegemónicos manipuladores, las oligarquías lograron que:
- “Política” sea una mala palabra, un término degradado.
- Hablar de política entre familiares, amigos y compañeros de trabajo, se considere una mala práctica que hay que evitar a toda costa, porque sólo genera peleas y enemistades. “Vengan al asado, pero por favor no hablen de política”.
- Se confundieran los términos de “política” y “partido”, “politización” y “partidización”. Confusión nefasta para la política, que hace que siempre aparezca y quede como una práctica sucia, falta de ética y que debe ser despreciada.
Todo esto se revertiría si tuviéramos consciencia de las diferencias entre “politización” y “partidización”. Si supiéramos que es imposible ser a-político, pero sí a-partidario. Si entendiéramos que cuando alguien dice soy a-político, en realidad lo que quiere decir es soy a-partidario. Si comprendiéramos que siempre que se usa el término “política”, salvo raras excepciones, lo que se está señalando es “partido”, “partidización”.
Aclarar esta confusión sería maravilloso, cuánto bien nos haría. Sería un impulso politizador extraordinario. Pero claro, no se va conseguir sin lucha, porque las oligarquías que se encargaron durante tanto tiempo de sedimentar esta confusión en el imaginario de la población, lo van a impedir de mil maneras. No obstante, si perseveramos en esta lucha, la victoria está asegurada.
Tenemos que tener consciencia de que todos los actos que realizamos en nuestra sociedad tienen una connotación política. Aun los que se realizan invocando una supuesta neutralidad ideológica. Negar la política y declararse apolítico, tiene un trasfondo político. No hablar de política, también es una decisión que tiene un trasfondo político. Todo es político. Entonces, por favor, no descalifiquemos determinados hechos, actos y situaciones utilizando el término político, porque es un gran error. El concepto a usar es el de “partidario”, porque sólo este término puede dar lugar a sospechas de intencionalidades aviesas y manipulaciones. Entonces, si aplicamos mal los conceptos, lo que ocurre es que bastardeamos y depreciamos el término “política”, que de por sí, los sectores dominantes se vienen encargando de ensuciarlo y oscurecerlo. Usar en forma indolente el concepto de “política”, le hace un gran favor a la oligarquía. Directamente es funcional a la oligarquía. Y los que conformamos el amplio campo popular, no podemos darnos ese lujo.
No podemos, aunque fuera inconscientemente, ser tan irresponsables. Tenemos que tomar consciencia. Un solo ejemplo basta para entender el grave error que cometemos cuando usamos mal este concepto. Decimos: “en la escuela no se hace política”, cuando deberíamos decir: “en la escuela no se hace partidismo”. Si tomamos al pie de la letra la primera frase, ayudamos a consolidar en el imaginario de la ciudadanía, lo que viene ocurriendo hasta hoy, la idea de que en la escuela no se debe formar a los educandos para que aprendan a leer en forma crítica el fenómeno político. De hecho la escuela no forma ciudadanía crítica. Sabemos que los sectores dominantes, porque no tienen vocación suicida, han bloqueado históricamente, y lo siguen haciendo, toda posibilidad de que el sistema educativo promueva la alfabetización política de los educandos. Ahora bien, que la población adquiera consciencia de que el sistema educativo “debe” alfabetizar políticamente a sus educandos, sería un excelente elemento de incidencia y presión de la ciudadanía sobre el gobierno y el sistema educativo.
Por eso, es necesario desnaturalizar la idea de que “política” es una mala palabra.
Quebremos el prejuicio, dejemos que la política entre en nuestras conversaciones
El precio de desentendernos de la política, es ser gobernados por lo peores hombres (Platón)
Este es uno de los peores prejuicios sociales que podamos tener, pero está tan naturalizada la idea de que hablar de política es causa de discusiones y discordias de todo tipo entre amigos y familiares, que se convierte en algo casi indestructible. ¿Cuál es el daño que produce este prejuicio?
Esta “naturalización”[5], porque ya es casi un lugar común aceptado sin crítica por todo el mundo, de que no debemos tocar temas de política en nuestras relaciones familiares ni de amigos, es un claro triunfo de la oligarquía sobre el pueblo. A un año y tres meses de la asunción del gobierno de Cambiemos, preocupado por el virulento crecimiento de la falsa grieta macrismo-kirchnerismo, escribí lo siguiente:
“Política” no es un mala palabra, las reuniones familiares no deben realizarse bajo la condición de no hablar de política, declararse a-político no debe ser una opción aceptable, porque es imposible serlo. La politización debe ser el rasgo más notable y valioso de las personas. La política debe ser considerada la actividad más importante de la ciudadanía. Si nosotros no nos encargamos de la política, la política se encargará de nosotros. La política es una actividad demasiado importante como para dejarla exclusivamente en manos de empresarios y CEOS convertidos en administradores gubernamentales. Politicémonos para luchar por otro mundo posible. Salgamos de la zona de confort que nos mantiene anestesiados y asumamos la tarea de elevar nuestro nivel de alfabetización política. Nos va la vida en ello”[6].
Comencemos por tener claro que sólo las posiciones realmente antagónicas llevan a rupturas. Y un elemento clave para que se establezcan antagonismos es la diferencia de valores e intereses de fondo entre las posiciones. Entonces, ¿por qué entre personas y grupos del amplio campo popular[7] se pueden generar antagonismos políticos si, en el fondo, tienen los mismos valores e intereses y el mismo enemigo? Debemos saber que la mayoría de los que estamos separados por diferencias partidarias, tenemos un enemigo común, las élites y oligarquías que impiden el desarrollo de nuestros países y prohíben ser a quienes conforman el amplio campo popular, en el cual estamos nosotros.
Es evidente que la famosa “grieta”[8] tiene mucho que ver para que ello ocurra. La promoción de la grieta es una estrategia de fragmentación del campo popular que tiene por objetivo la despolitización de la ciudadanía, el gran negocio de las oligarquías. En este sentido la grieta fue, y se sigue siendo usada con ese objetivo, una estrategia de los sectores dominantes para fragmentar y dividir el amplio campo popular. Es absurdo que los adherentes y simpatizantes de partidos políticos populares como el radicalismo, el peronismo, la socialdemocracia, todo el espectro de la izquierda, e incluso, muchos adherentes y votantes de Cambiemos –recordemos que el 60% de los jubilados votaron a Macri en el 2015- nos comportemos como antagónicos. No somos antagónicos, sino diferentes, Por eso, sería un gran error de nuestra parte asumir que existe una grieta. No puede haber grietas entre quienes conformamos el amplio campo popular. La única grieta realmente existente es la de oligarquía-pueblo, que se explica a partir de la histórica división dominadores-dominados.
La grieta es una estrategia manipuladora de la derecha para despolitizar a una ciudadanía confundida que sólo conoce un significado del concepto de política, la de los partidos y los políticos, porque ignora el otro significado, el más trascendente y decisivo. Nos referimos al sentido que Aristóteles le atribuía a la política cuando definía al hombre como un “animal político (zóon politikón). Se trata de una ciudadanía que ignora las diferencias entre “política” y “partido”, entre “politización” y “partidización”. Es en esta confusión que rechaza la política, culpándola de corrosiva de las relaciones familiares y entre amigos. Y aquí se equivoca, porque no percibe que es la falsa grieta quien atenta contra dichas relaciones. Como vamos a ver, la política, lejos de dividirnos y enfrentarnos a quienes conformamos el amplio campo popular, nos empodera y nos une.
Podemos ser apartidarios, pero es imposible ser apolíticos. Debemos saber que no existe la posibilidad de ser apolíticos. Nadie es apolítico. ¿Por qué? Frente a la división dominadores-dominados, una certeza histórica y presente, todas las opciones nos politizan, incluso no optar. Valga la paradoja, si no optamos, o somos inconscientes de la opción, estamos optando. En este caso por los dominadores. Y no vale definirnos como “neutrales”, porque la nuestra sería una falsa neutralidad, como lo señaló con sabiduría el Papa Francisco. Esto quiere decir que todas las opciones son políticas, incluida la no opción.
Aquellos y aquellas que se definen como apolíticos o apolíticas en realidad, lo que están diciendo, aunque no sean conscientes de ello, es que son apartidarios o apartidarias, pero nunca apolíticos o apolíticas, porque esto último como vimos es imposible. Por eso, entendemos que hablar de política es indispensable, pero conociendo necesariamente la diferencia entre “politización” y “partidización”, cuya confusión es fatal para los pueblos y las personas. No podemos soslayar que si nosotros, como pueblo y como ciudadanos y ciudadanas, no nos encargamos de la política, no nos hacemos responsables de nuestra politización, la política se encargará de nosotros. Fijémonos cómo se ha encargado últimamente de todos nosotros, cómo nos ha dejado, cómo hemos pagado el bajo nivel de consciencia política de una parte sustancial de nuestra población.
El ciudadano con consciencia política es una garantía indispensable para luchar por una democracia sustantiva. Por eso, asumir nuestro posicionamiento como ciudadanos politizados es absolutamente necesario. Y si esto es así, debemos, en primer lugar, elevar nuestro nivel de alfabetización política. Pero ¿qué consciencia tenemos de nuestro nivel de educación política? Vivir como algo natural nuestra evasión de la responsabilidad política como ciudadanos señala una gran inconsciencia respecto de nuestra ignorancia política. Pero el ciudadano politizado no evade su compromiso político, porque es consciente de que él, como sus conciudadanos, son responsables de la calidad de los políticos existentes:
“La idea de que todos los políticos son iguales y de que la política es una porquería, es una excusa –consciente o inconsciente- que expresa una gran ignorancia y falta de responsabilidad por parte de quienes lo manifiestan. Además, desprestigiar la política es trabajar para la derecha neoliberal, cuyo éxito depende, en gran medida, de la despolitización de la ciudadanía”[9].
Por eso, llenarse el pecho vociferando “yo soy apolítico”, es asumir una posición casi de parasito social. Y aquí es imposible no recordar la tan difundida, como tan poco asumida, reflexión de Bertold Brecht:
“El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
La clave para comprender qué entendemos por ciudadano politizado está en los conceptos de “bien común” y “bienestar general”. Precisamente lo que, para nosotros, diferencia la politización de un ciudadano de la de un político o un militante, es que la referencia del ciudadano no es un partido ni un sector determinado de la población, sino el “bien común “, a partir de la opción ético-política por los dominados, en la que el ciudadano asume su identidad ideológica. Puede parecer abstracta nuestra caracterización, pero la ciudadanía debe ser entendida como un posicionamiento que puede convivir, aunque con contradicciones por cierto, con roles militantes y profesionales. Asumirse como ciudadanos desde el punto de vista político implica adoptar una perspectiva de defensa y promoción del “interés general” y, por lo tanto, de combate a todo tipo de injusticias, así como adhesión a la causa de los más vulnerables y desprotegidos de la sociedad. Esto conlleva, por lo tanto, la defensa de los intereses y soberanía del país, su autodeterminación económica y la justicia social. Es claro que el posicionamiento político del ciudadano requiere anteponer los intereses de la comunidad, a los de su partido y a los que se derivan de su posición socio-económica. Por lo tanto, no hay posicionamiento ciudadano cuando se privilegian los posicionamientos partidistas, sectoriales y personales. No obstante, el posicionamiento político ciudadano no es contradictorio con la afiliación y militancia partidaria. Pero sí es importante, que la definición partidaria encuentre su fundamento en la identidad política de los ciudadanos.
Cuando pensamos y obramos políticamente como ciudadanos estamos adoptando un posicionamiento que va más allá de cualquier tipo de partidismo o fidelidad ideológica, ya sea profesional o corporativa. Esto es lo que significa asumir un compromiso político con la sociedad y el mundo.
Todos los ciudadanos, por acción u omisión, consciente o inconscientemente, tienen una posición política. Pero el “ciudadano politizado” es aquel que asumió un compromiso político consciente y coherente con su sociedad y el mundo.
Ahora bien, vamos a reservar la denominación de “ciudadanía politizada” para todos aquellos que realizan una opción ético-política coherente por los dominados. Asumirnos como ciudadanos desde el punto de vista político, esto es, ciudadanos politizados, implica adoptar una perspectiva de defensa y promoción del “interés general” y, por lo tanto, de combate a todo tipo de injusticias, así como adhesión a la causa de los más vulnerables y desprotegidos de la sociedad. Aquí es clave tomar consciencia de la importancia crucial que posee el bienestar general por sobre el de cada uno de nosotros. Es claro que el posicionamiento político del ciudadano requiere anteponer los intereses del país y del pueblo, a los de su partido y los que se derivan de su posición socio-económica. Por lo tanto, no hay posicionamiento político ciudadano cuando se privilegian los posicionamientos partidistas, sectoriales y personales:
“El capitalismo neoliberal es la encarnación de una forma de entender la vida basada en la creencia de que el dinero y el poder nos dan licencia para imponer nuestra voluntad a los demás. Se funda en una cultura corporativa que promueve una libertad descarada y completamente antisolidaria para hacer fortuna sin límites, ignorando olímpicamente todo control y regulación en función del bien común. El capitalismo le ha declarado una guerra total y sin cuartel o todo lo “público” y “comunal”. El Estado debe estar subordinado al mercado. Y esta filosofía, sin duda, nos conduce, no sólo a sociedades cada vez más injustas e invivibles, sino a la quiebra de la humanidad. En forma coherente con esta filosofía tan negativa, la autoayuda en el capitalismo neoliberal apunta a la salvación individual, que en el mundo en el que vivimos, estamos seguros que nos conduce al suicidio colectivo. Pero nadie se salva solo, los hombres y mujeres nos salvamos entre nosotros en comunidad. Por eso, es posible hablar de autoayuda en un marco transformador de la realidad. ¿Cómo es posible esto? Asumiendo plenamente nuestra responsabilidad como ciudadanos, para lo cual debemos “politizarnos”. Pensar en los demás es la mejor manera de pensar en nosotros mismos. Esta es la máxima suprema para la transformación progresista del mundo. Nadie puede realizarse verdaderamente en una sociedad que no se realiza”[10].
Los demás, esto es, quienes han hecho su opción por los dominadores, por sectores de poder, o por quienes priorizan su opción partidaria, los denominaremos de otra forma. Los primeros serán “ciudadanos sectorizados”, porque han realizado su opción por un sector de poder, mientras que los segundos, serán “ciudadanos partidizados”, porque priorizan su filiación partidaria por sobre la definición fundamental frente a la división dominadores-dominados.
Debemos saber que la opción ético-política coherente por los dominados, esto es, convertirnos en ciudadanos y ciudadanas politizados no es algo que se logra en forma automática, sino que requiere educación, ya que es necesario alcanzar un determinado nivel de consciencia política para comprender e internalizar el valor que posee dicha acción, no sólo para el logro del bien común, del interés general, sino para el bienestar individual de cada uno. Esto quiere decir que es necesario comprender y asimilar en forma crítica el fenómeno político. He aquí los fundamentos de la imperiosa necesidad de elevar, en tanto ciudadanos y ciudadanas, nuestro nivel de alfabetización política.
Es del todo inconducente, y lo es porque expresa un claro rasgo de ignorancia política, sostener y promover la idea de que la discusión política debe evitarse porque atenta contra las buenas relaciones familiares y entre amigos. Estas afirmaciones y conductas son el resultado de ignorar las diferencias entre política y partido, entre politización y partidización. Si comprendemos que la politización va más allá de toda filiación partidaria, de que la politización lo que define es nuestra identidad ideológica frente a la división dominadores-dominados, y que esta es una decisión filosófico-existencial previa a toda definición partidaria, nos colocamos en un terreno donde la discusión y el debate no sólo adquieren una riqueza insospechada, sino que la posibilidad de lograr el enriquecimiento de las conversaciones y alcanzar acuerdos superadores aumenta considerablemente.
José Luis Lens Fernández
Buenos Aires, 4/4/2020
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Recordemos que la “politización” es previa a la “partidización”. La politización va más allá de los partidos. Estamos politizados antes de partidizarnos. ↑
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Por “alfabetización política” entendemos, como una de sus características, entre otras, el conocimiento e incorporación cabal de las reglas y saberes del juego de la política, especialmente en una realidad en la que dominan los discursos que intencionalmente los oscurecen para la población, con la clara intención de “despolitizarla”. ↑
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Aquí recordamos el concepto de “ciudadano” de Aristóteles, quien lo definía así: “Ciudadano es aquel que no sólo sabe ser gobernado, sino que también sabe gobernar”. ↑
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Acá vamos a usar el concepto de “oligarquía” en su más pleno sentido etimológico. El término es griego y proviene de “oli”, que es “poco” o “escaso” y “arjé”, que es “poder” o “gobierno”. Oligarquía, entonces, significa: el poder o gobierno de unos pocos. ↑
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Hay muchas ideas, hábitos y conductas que, al vivirlas como naturales, no invitan a su revisión crítica, esto es, a la reflexión filosófica. Cuando esto ocurre decimos que se han “naturalizado”. Platón sostenía, precisamente, que la filosofía nacía con la “admiración”. Y es cierto, eso ocurre cuando algo que entendíamos y vivíamos como “natural”, nos sorprende y admira. La admiración rompe la naturalización porque nos mueve a una reflexión crítica. Vemos como totalmente natural y correcto, incluso necesario, no hablar de política en nuestras relaciones familiares y de amigos, lo cual merece una profunda revisión, esto es, acredita una reflexión filosófica imprescindible, como la que aquí realizamos. ↑
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Lens, José Luis (2017) Para que no nos tomen por bolud@s. Buenos Aires: Editorial Dunken. Páginas 27-28. ↑
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Por amplio campo popular entendemos el conjunto de personas, grupos, movimientos y organizaciones sociales, partidos políticos del espacio progresista, sindicatos y gremios, pequeñas y medianas empresas y comercios, así como trabajadores formales e informales, profesionales, docentes, artistas, intelectuales, esto es, toda una heterogénea gama de personas, movimientos e instituciones en diferentes situaciones socio-culturales, que por su extracción social comparten el destino de los sectores subalternos, justamente porque no están enroladas en los sectores dominantes, esto es, no pertenecen a la oligarquía. De una forma simplificada, aunque bastante certera, el campo popular se compone de todos aquellos que no vivimos de rentas, ni de la especulación financiera, no somos terratenientes, ni dueños o altos directivos de grandes empresas. En una palabra, que dependemos imperiosamente de nuestro trabajo para vivir. Siguiendo la división que establece Paulo Freire, entre “Antagónicos” y “Diferentes”, el campo popular, para nosotros, son los “diferentes”, siendo los antagónicos los que “prohíben ser”. Los diferentes somos, entonces, todo ese conjunto heterogéneo de personas, movimientos sociales, organizaciones e instituciones que no pertenecemos a los sectores dominantes en las sociedades y, por lo tanto, no le prohibimos ser a nadie. A esto nos referimos con “amplio campo popular”. ↑
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La “grieta” entre el kirchnerismo y el macrismo, creada y fogoneada por los medios de comunicación hegemónicos es, claramente, un ardid manipulativo de la oligarquía para dividirnos a los “diferentes” y provocar nuestra ceguera frente a los verdaderos antagónicos: la geopolítica de Washington y su aliada, la oligarquía local. ↑
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Lens, José Luis (2018) Nosotros somos los que estábamos esperando. Buenos Aires: VI-DA TEC Editores. Los fundamentos de la consciencia política, página 109. ↑
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Lens, José Luis (2018) Nosotros somos los que estábamos esperando. Buenos Aires: VI-DA TEC Editores. En: “Pensar en los demás es la mejor manera de pensar en uno mismo”, página 27. ↑