Política

Las PASO, el poder real y el empoderamiento popular

Las PASO, el poder real y el empoderamiento popular

Qué es la Democracia Real? | El Manifiesto

Las PASO del doce de setiembre fue una valiosa experiencia, entre otras, que nos sirvieron y sirven en nuestras reflexiones y elaboraciones teóricas para revisar un conjunto de hipótesis y tesis sobre los problemas, y sus soluciones, sociales, económicos y políticos que aquejan a nuestro país y a su pueblo. La participación como ciudadanos en la dinámica política nos exige, para ser efectivos y tomar las mejores decisiones, poseer un buen diagnóstico de las problemáticas que nos desafían. La derrota del oficialismo, por varias razones, fue una sorpresa. Las encuestas otra vez fallaron y eso desconcertó al oficialismo y también a la oposición. De pronto emergieron dos viejas tesis contrapuestas que en este caso “parecían” pertinentes:

  • El pueblo se equivoca, no sabe votar.
  • El pueblo no se equivoca, el pueblo es incuestionable.

Ambas tesis, como mostraremos, contienen medias verdades, pero son inconsistentes. ¿Por qué? , porque absolutizan las posiciones. Es evidente que la enunciación taxativa de las tesis las señala como equivocas. No es cierto que el pueblo no sabe votar. Tampoco es cierto que el pueblo nunca se equivoca, que sus decisiones son incuestionables. Veamos.

Quienes investigan en las ciencias naturales, como la biología o la física, realizan sus experimentos en laboratorios, pero para los que lo hacemos en las ciencias sociales, como la sociología, la política y la educación, nuestro laboratorio es la realidad. Y el domingo doce de setiembre, en las PASO, tuvimos una experiencia que, aunque para los que hemos hecho la opción por el pueblo es dolorosa y nos da mucha rabia[1], es enriquecedora, porque siempre se aprende más de los errores que de los aciertos. En nuestro caso particular, que venimos trabajando desde hace bastante tiempo la problemática de la formación política de la ciudadanía, las conclusiones que podemos extraer son muchas, importantes y valiosas. Es una muy buena oportunidad para contrastar un conjunto de hipótesis y mejorar la teoría.

Es claro que antes de ponernos a reflexionar tuvimos una gran frustración y desconcierto porque, en un primer momento es bastante inconcebible que una parte importante de la ciudadanía le siga dando su apoyo a una alianza que expresó y sigue expresando los intereses más rancios y egoístas del proyecto oligárquico en la Argentina, un proyecto claramente entreguista, anti patriótico y antipueblo, similar a muchos de los que están en marcha en nuestra región bajo el patrocinio de Washington.

Somos científicos pero tenemos posición política. Somos objetivos pero no imparciales. Tener una posición ideológica no es contradictorio con el ejercicio de la investigación científica. La filosofía nos enseñó a valorar y buscar la raíz de los problemas, su esencia. Después de conocerse el catastrófico resultado para el Frente de todos, quienes hemos hecho la opción por el pueblo comenzamos a buscar explicaciones y lo primero que hicimos es tratar de encontrarle respuesta a por qué los partidarios del Frente de todos votaron así. Algunos como el psicoanalista Jorge Alemán consideraron que el voto tuvo un componente suicida. Otros como el periodista Pablo Duggan legitimaron totalmente el voto, sosteniendo que al pueblo no se le debe cuestionar nada, ni culpar de nada, sólo respetar a rajatabla sus decisiones.

Si pensamos que fue un voto suicida, que el pueblo no sabe votar, más allá de que esa reflexión es un error, la discusión no nos va a llevar a ningún lado. Obviamente, en un primer momento, los que estamos del lado del pueblo, más allá de cualquier posición partidaria o doctrinaria, sentimos un gran malestar, mucha impotencia y frustración. Y no por la derrota del Frente de todos, sino por la derrota del pueblo y el avance de la alianza de la oligarquía. Es evidente que decir que la gente no sabe votar, es una afirmación inconsistente, aunque puede contener un matiz de verdad. La posición es iluminista, porque no bucea en la realidad de los sectores populares, como vamos a ver enseguida.

A modo de ejemplo para comprender mejor el problema, tomemos las dos posiciones antitéticas señaladas. Tenemos, por un lado, la del psicoanalista Jorge Alemán, quien sostiene que el voto de las PASO fue un voto suicida, porque apuntala y fortalece al bloque de poder oligárquico[2] y, por el otro, el del periodista de C5N Pablo Duggan, quien sostiene que al pueblo no se lo debe criticar, sino escuchar. En resumen, una posición, la de Jorge Alemán, es la de que el pueblo puede equivocarse y, la otra, es la contraria, el pueblo no se equivoca. Ambas son inconsistentes porque no van a la raíz del problema. Aunque ambas contienen una parte de verdad, la confrontación de las dos tesis no conduce a buen puerto, porque hay que ahondar en la cuestión para llegar a una comprensión más clara y certera del problema.

¿Cuál es la verdad de cada una? En la tesis de Jorge Alemán, que es compartida por distintos intelectuales, analistas, militantes políticos, etc., es que el voto y la abstención- desilusionada de los electores naturales del Frente de todos favorece a una oposición que representa los intereses del bloque de poder de la derecha, esto es, de la oligarquía. Esto es cierto y evidente, pero no alcanza para fundamentar la tesis de que es un voto suicida y que el pueblo no sabe votar. La parte de verdad de la tesis de Jorge Alemán es que la abstención y el voto castigo de los electores del Frente de todos termina beneficiando a la oligarquía que, con su poder de fuego mediático, está en condiciones de aprovechar a su favor la derrota del Frente de todos, una alianza que representa los intereses de los sectores populares.

¿Cuál es la parte de verdad de la tesis de Pablo Duggan, que todavía tiene mucho más consenso porque encaja perfectamente en el modelo de la democracia liberal? La verdad está en que los pueblos en sistemas políticos como la democracia liberal tienen que poder expresarse y manifestarse. ¿Y qué es lo que ha ocurrido?, que ante las dificultades que presentó la pandemia para la expresión popular en las calles, y hacerle saber al gobierno su insatisfacción, sumado a que dicho gobierno se relajó creyendo que con el éxito de la campaña de vacunación bastaba y, por lo tanto, no se preocupó por saber qué estaba pasando con los sectores sociales más vulnerables y la clase media[3], las PASO se convirtieron en una manifestación, una especie de cacerolazo al gobierno y, en ese sentido, cumplieron una función sustantivamente democrática, la de permitir que se ponga en juego la voz del pueblo, claro que en un sistema, como la democracia liberal, que limita el poder popular. Analizando este hecho queda claro que no se puede decir que el pueblo no sabe votar. Fue un cacerolazo al gobierno, por lo que de ninguna manera hay que interpretarlo como un apoyo a la oposición.

Aquí también hay que ver que, si bien la oposición que representa los intereses de la oligarquía hizo marchas motorizadas por los medios de comunicación concentrados contra la cuarentena, contra las vacunas y contra todo lo que hacía el gobierno, el campo popular, alentado por el gobierno, estaba en sus lugares respetando la necesidad de luchar para superar la pandemia y, por lo tanto, fuera de las calles. Pero las manifestaciones del pueblo, que son la expresión de su discurso de demanda interactiva al gobierno, no existieron. Y al no existir, es natural que se produjeran varios problemas. Por un lado se frustró la posibilidad de que el pueblo se manifieste y, por el otro, el gobierno se quedó sin retroalimentación de la demanda popular y ahí perdió el norte, porque no comprendió la enorme insatisfacción de los trabajadores y la clase media A los cuatro años de Macri se le sumó una pandemia que los dejó sin trabajo y sin alimentos, con una inflación imparable y un gobierno que no entendió esa situación. Aquí está la explicación de la fuerte fuga de votos propios, de los que votaron en blanco y a otros partidos por izquierda y por derecha y los que directamente no fueron a votar. No fue un voto para la oligarquía, sino un restarle votos a la base electoral del Frente de todos. Esto es lo que no permite absolutizar la tesis de Jorge Alemán de que el pueblo se equivocó, de que fue un voto suicida. No fue un voto suicida porque el pueblo no tuvo otra forma de expresar su descontento y frustración.

Tampoco es válido absolutizar la tesis de Pablo Duggan, porque el pueblo tiene una responsabilidad política de defender a su gobierno. Pero no es difícil explicar por qué los sectores populares con las necesidades básicas insatisfechas, que es el nivel más alto de desempoderamiento que podemos concebir, votó de esa forma. Fue un voto completamente reactivo. Porque para asumir un papel en la lucha, los sectores populares deben tener un determinado nivel de empoderamiento, tienen que ser proactivos. No es posible decir que las decisiones del pueblo son incuestionables, que al pueblo no se le puede reprochar nada, principalmente, porque está claro que el pueblo está condicionado por el poder de la oligarquía. Y a un pueblo condicionado no se lo puede juzgar, ni con categorías iluministas, ni con categorías populistas.

Pero, ¿cómo está condicionado el pueblo? Por un lado, tenemos al sistema educativo, histórica y actualmente en manos del establishment, que es público pero no popular, porque no forma ciudadanía crítica y con conciencia política. Por otro lado, registramos tres oleadas de neoliberalismo[4], que a lo largo de los últimos cuarenta y cinco años convirtieron a la Argentina en un país con un cincuenta por ciento de pobres, el mayor nivel de desempoderamiento popular que podamos concebir. Por último, los medios de comunicación concentrados, con su enorme capacidad para construir opinión pública manipulada, otro factor de desempoderamiento, sobre todo de la clase media.

Está claro que el problema no se dirime en la cuestión de si el pueblo sabe votar o no sabe votar, de si el pueblo puede equivocarse o el pueblo nunca se equivoca. El problema está en su desempoderamiento, lo que todo el tiempo busca la oligarquía, promoviendo su analfabetismo político y, por ende, su despolitización. ¿Cómo hablar de aciertos y errores para darle consenso y elegir a sus representantes, de un pueblo con un cincuenta por ciento de pobres y una parte importante de su clase media manipulada por los medios de comunicación monopólicos? En estas condiciones el supuesto de que el pueblo es infalible y que, bajo el lema de “su majestad el pueblo”, no debemos reprocharle nada, es insostenible. Es cierto, hay que aceptar su veredicto porque esas son las reglas de la democracia liberal, pero cuando pone a sus verdugos en el gobierno, es evidente que algo anda mal, la democracia liberal está fallando.

Nuestra tesis es que el empoderamiento de la ciudadanía que conforma el amplio campo popular es una condición imprescindible para la transformación social y política de nuestra realidad. En el caso de los sectores populares con sus necesidades básicas insatisfechas, se trata de un desempoderamiento básico, porque quienes no pueden subsistir dignamente no están en condiciones de desarrollar un proceso de educación política. Se trata de un desempoderamiento socio-material.

En el caso de los sectores medios, los del tercer tercio, hablamos de un desempoderamiento cultural-ideológico, que se explica por el dominio de la oligarquía sobre el sistema educativo y los medios de comunicación. Por lo tanto, aquí tenemos un problema de déficit de formación política, que impide que dichos sectores consigan una identidad ideológica, imprescindible para su empoderamiento.

Precisamente, el desempoderamiento, que se expresa en los dos tipos señalados, el socio-material y el cultural-ideológico, nos brinda la oportunidad de lograr la síntesis que requiere el debate de las dos tesis contrapuestas, la de que el pueblo se equivoca y la del que el pueblo no se equivoca. Aquí es necesario considerar una nueva tesis, que se encuadra perfectamente en las reglas de juego de la democracia liberal y, también, en concepciones partidarias populares y progresistas que consideran al pueblo como una entidad pasiva, que es conducida siempre por un liderazgo político. Esta tesis se expresa de la siguiente forma:

“El pueblo es esquivo cuando su dirigencia no acierta con su ánimo y expectativas, y generoso y comprometido cuando se siente expresado por ella”.

En esta concepción de la relación dirigencia-pueblo, este último es pasivo y reactivo, porque es movido por la dirigencia política. No posee un impulso propio, podríamos decir que es un pueblo “en sí”, no “para sí”[5], es decir, no autoconsciente de su poder. En una democracia formal como la neoliberal, con un poder político de la ciudadanía recortado a las acciones de dar consenso, elegir y votar a sus representantes, el pueblo debe manifestarse mediante otras acciones, fundamentalmente en las calles, para comunicarse con sus representantes, con su dirigencia y hacerle conocer su situación y expectativas. Y este es el puente que desapareció con la pandemia.

Tanto las tesis enfrentadas de que el pueblo se equivoca porque elige a sus verdugos y la contraria de que el pueblo nunca se equivoca y no debe ser de ninguna manera cuestionado en sus decisiones, cuanto la de que “el pueblo es esquivo cuando su dirigencia no acierta con su ánimo y expectativas y generoso y comprometido cuando se siente expresado por ella”, que se vincula con la segunda, son inconsistentes, porque parten del supuesto de aceptar el carácter reactivo del pueblo, esto es, de no valorar como esenciales para la lucha contra la oligarquía su capacidad de autodeterminación y sus niveles de alfabetización política y empoderamiento.

Conclusiones:

Con todo respeto de los analistas que recurren a tesis que no van al fondo de la cuestión, nuestro abordaje se basa en la idea de que sin la transición de la democracia liberal, (formal) a una democracia real, que requiere del empoderamiento del pueblo, será imposible superar el mandato oligárquico sobre nuestro sistema político.

En nuestro enfoque teórico, que parte de la idea de que la dinámica política se dirime en la lucha por el poder real, más que en la disputa partidaria por la administración del Estado, lo que cuestiona a la democracia formal y propone la transición a una democracia real[6], el empoderamiento del pueblo es un eje fundamental. Sin pueblos empoderados consideramos que será imposible superar la asimetría en la correlación de fuerzas entre la oligarquía y el pueblo.

Los pueblos empoderados no sólo no corren el riesgo de elegir a sus verdugos, sino que generan las condiciones para la emergencia de mejores liderazgos, de una clase política de representantes genuinos de los valores e intereses del pueblo.

Mientras que en la democracia formal la soberanía del pueblo está en potencia, en la democracia real dicha soberanía está en acto. Por eso, su carácter de real está dado por el nivel del poder del pueblo. La democracia real, para concretarse, necesita de un pueblo empoderado, de un pueblo para sí. Por eso, mientras la asimetría en la correlación de fuerzas entre la oligarquía y el pueblo favorezca a la primera, como ocurre en nuestro país, no podremos hablar de democracia real. Este es el indicador para medir el nivel de realidad de la democracia. Cuanto más poder popular, más democracia. Es obvio que hoy estamos bastante lejos de una democracia real y uno de los obstáculos más grandes que tenemos para conseguirla son los medios de comunicación concentrados, que crean agendas unilaterales, ocultan información (desinforman), manipulan la información, difunden falsas noticias (fake news) todo el tiempo, crean matrices de opinión, promueven climas destituyentes y construyen una opinión pública entre la ciudadanía que conforma el amplio campo popular, que legitima los intereses de la oligarquía.

Que los pueblos logren tomar consciencia de su poder es un sueño posible, que comienza cuando los ciudadanos también nos damos cuenta del poder que tenemos, que es inmenso. Aquí comienza la construcción del poder popular.

No se puede hacer política sin pueblo. Los gobiernos nacionales y populares deben tomar cuenta de esta realidad. Con pueblos desempoderados, y ya mostramos cuáles son los niveles de desempoderamiento de nuestro pueblo, no podremos doblarle el brazo al bloque de poder oligárquico. Los desafíos son enormes, debemos luchar para terminar con la pobreza, el más perverso de los desempoderamientos, transformar el sistema educativo, que deberá comenzar a formar ciudadanía con conciencia política y democratizar los medios de comunicación concentrados, esta última una tarea cada día más urgente.

La democracia real, que se mide por el nivel de empoderamiento del pueblo, es una sana utopía, un sueño posible, que debe empujarnos a la lucha por alcanzarla. El lema, que nos gusta enfatizar es que, si no buscamos una y otra vez lo imposible, nunca nada será posible. La democracia real es posible, depende de nosotros alcanzarla.

El ciudadano politizado

26/9/2021

  1. Nos da mucha rabia, y no desde una posición partidista, sino política, porque el Frente de todos, más allá de sus errores y equivocaciones, representa los intereses populares, mientras que Juntos por el cambio, contrariamente, representa los de la oligarquía, como quedó evidenciado en su desastrosa y anti popular administración cuando era Cambiemos, así como en el apoyo incondicional que tuvo y tiene de los medios de comunicación monopólicos y su periodismo basura.
  2. El “bloque de poder oligárquico” es una categoría que se funda en la idea de que las fuerzas de la oligarquía, unidas por un mismo enemigo y objetivo, se conforman como un bloque de poder a partir de combinar en forma sinérgica sus acciones. La finalidad es clara, generar acciones tendientes a erosionar, debilitar desestabilizar y, en última instancia, destituir a los gobiernos nacionales y populares y sus figuras más representativas. Este bloque de poder, tenemos un ejemplo bien claro en nuestro país, trabaja articulando los medios de comunicación concentrados, con la troika Grupo Clarín, La Nación e Infobae a la cabeza, la alianza partidaria Juntos por el cambio como expresión político-partidaria de los valores e intereses de la oligarquía, una parte de la Justicia mediante un conjunto de fiscales y jueces subordinados, la Sociedad Rural, las Cámaras empresariales, los grupos económico-financieros concentrados, la cartelización de los formadores de precios, y todos con la poderosa cobertura estratégica de la geopolítica de Washington en la región. Este poderoso grupo de poder real, sin el menor escrúpulo, teniendo como incentivo exclusivo sus intereses egoístas, está decidido a hacer cualquier cosa para debilitar, erosionar y desestabilizar hoy, como hizo en la historia con otros gobiernos de sesgo nacional y popular, al gobierno del Frente de todos. Esto queda perfectamente ejemplificado en un hecho que es paradigmático en este sentido: el boicot a la campaña de vacunación contra la Covid-19. En una situación dramática, con miles de muertos, con un pueblo cansado y angustiado, con familias pasando grandes penurias y en una crisis económica sin precedentes causada por las dos pandemias, esta gente no tiene ningún problema en boicotear vilmente la esperanza del pueblo, con tal de debilitar en todo lo que pueda al gobierno. Esta es la leche que dio históricamente y da la oligarquía.
  3. La experiencia partidista de la Argentina refuerza la teoría de los tres tercios. El consenso y el voto de la ciudadanía estaría dividido entre tres tercios: 1) Un tercio duro de derecha, compuesto por quienes conforman los grupos que constituyen la oligarquía y de quienes apoyan sus intereses y valores, 2) Un tercio progresista, con un importante componente del peronismo histórico, que siempre le da consenso y vota a quienes sienten que van a representar mejor los valores e intereses del pueblo y 3) Un tercio blando, por lo tanto, de consenso y voto volátil. Justamente, este último conjunto ciudadano que pertenece al amplio campo popular y que adolece de un bajo nivel de alfabetización política y que, por lo tanto, resulta manipulable, es el objetivo apetecido por el bloque de poder de la oligarquía. Este tercio es el que viene decidiendo quiénes administran el Estado en el país. Precisamente, este tercio de consenso y voto blando y volátil, que está conformado por clases medias que pertenecen al amplio campo popular, son el blanco predilecto de los medios de comunicación concentrados de la oligarquía que, como sabemos, tienen un enorme poder de fuego mediático para construir una opinión pública legitimadora de los valores e intereses de la oligarquía. Es alucinante ver a una gran cantidad de personas de los distintos ámbitos del quehacer nacional, trabajadores, profesionales, docentes, artistas, deportistas, pequeños y medianos empresarios y comerciantes, en una manifestación repudiando la decisión del gobierno de privatizar a una empresa como Vicentín que estafó al Estado, confundiendo el hecho con la violación a la propiedad privada por parte del Estado.
  4. Ver: “Los ciclos de alternancia perversa de los gobiernos”, www.autoformaciónyempoderamiento.com En saldo de las tres oleados de políticas neoliberales es el siguiente: Primera ola): La política económica neoliberal de la Junta aniquiló la industria nacional abriendo indiscriminadamente las importaciones, llevando al colapso a miles de pymes. Y cuando terminó el gobierno de facto, la deuda externa ascendía a 65.300 millones de dólares, la pobreza estaba en el 37% , mientras que la desocupación era del 9%. Después de más de 7 años de dictadura militar, en 1983, los números asustan, la deuda pública estaba en el  64,2% del PIB, la tasa de inflación era superior al 400% y la deuda externa llegaba al 49,6% del PBI. Segunda ola): De la misma forma que en el gobierno neoliberal anterior, su economía estuvo conducida en un principio por Bunge y Born, no obstante su ministro estrella de economía fue el ya notorio por ese entonces Domingo Cavallo. Los resultados del menemismo fueron desastrosos: Duplicó la deuda externa, que alcanzó a 145.000 millones de dólares, La pobreza llegó al  36% y la indigencia al 8,6% y la desocupación también fue record, 14,5%, Tercera ola): Esta última ola también fue desastrosa. El gobierno del mafioso Mauricio Macri, porque no sólo representó los intereses más oscuros de la oligarquía, sino que también realizó los propios, ahora de los dos lados del mostrador, dejó tierra arrasada a su paso. Los resultados indignan y debería sorprendernos el cinismo de pretender volver al gobierno para seguir haciendo lo que hicieron contra el país y su pueblo: Mauricio Macri tomó deuda por más de 140.000 millones de dólares (entre ellos el préstamo del FMI), generó, mediante la liberalización del mercado de cambios, una fuga de 110.000 millones de dólares, de los cuales en el país no quedó ni un solo dólar, la pobreza alcanzó, en 2019, a más del 35% en promedio y el desempleo al 10%, bajaron sus persianas casi 25.000 pymes, las tarifas de la energía (gas y luz) se elevaron de forma escandalosa y confiscatoria para los sectores populares y la clase media. Según los datos del Índice de Precios al Consumidor (IPC) de la Ciudad de Buenos Airesentre 2015 y 2017 la electricidad aumentó un 562%, el agua un 338% y el gas un 223%. El peso fue la moneda de peor desempeño en el mundo en 2018 y 2019. En los últimos 45 años estas tres oleadas neoliberales tuvieron el mismo resultado: Sobreendeudamiento que derivó en un fuerte aumento de la deuda externa, fuga de capitales, especulación financiera, altos índices de inflación, cierre de industrias y comercios, aumento del desempleo, de la pobreza y de la indigencia. Aquí, en las tres oleadas de políticas neoliberales, está una de las poderosas razones que explican el extraordinario desempoderamiento del pueblo argentino.

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  5. Denominamos “pueblos en sí” a los que no poseen la autoconciencia de su poder. Es similar a lo que ocurre con los ciudadanos en sí. En realidad, los pueblos no son una masa homogénea de ciudadanos, ya que están conformados por varios sectores, por lo tanto, vamos a denominar pueblo, en este caso, a la tendencia predominante en lo que hace al consenso y voto otorgado a los sectores dominantes. En este sentido, un pueblo en sí es un pueblo despolitizado, esto es, con un bajo nivel de alfabetización política y, por lo tanto, manipulable, por lo que se expone al gran peligro de convalidar en el gobierno a su verdugo, la oligarquía. Y, lo que es peor aún, estará desarmado para luchar políticamente por el poder real. Contrariamente a los pueblos en sí, los pueblos para sí son los que poseen la autoconciencia de su poder, en forma parecida a lo que ocurre con los ciudadanos para sí. Los pueblos para sí, son pueblos empoderados, por lo tanto inmunizados contra la manipulación. Con pueblos empoderados, el margen de acción para dominar de las oligarquías se reduce notablemente. Con pueblos para sí, el sueño de una sociedad y mundo mejores comienza a ser una realidad. No obstante, debemos lamentar que todavía nos falta luchar mucho para convertirnos en pueblos para sí. Debemos reconocer que la concentración de los medios de comunicación es un obstáculo enorme que todavía tenemos que superar.
  6. Transición de la democracia formal a la real: La democracia liberal es una democracia formal, porque el poder del pueblo es un potencial que debe ser actualizado. El carácter formal de la democracia liberal se explicita con claridad en las constituciones liberales: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”. Pero si mantenemos las normas y las reglas de juego de la democracia liberal jamás podremos lograr que ese poder se actualice, nunca podremos pasar de la democracia formal a una real, donde el pueblo tenga verdadero poder porque, precisamente, el rol político que le atribuye la democracia liberal a la ciudadanía, se circunscribe sólo a la participación en la disputa partidaria, dejándola al margen de la lucha por el poder real. Aquí se fundamenta la idea de la necesidad de una “transición” de la democracia formal a la democracia real. Dicha transición requiere, en un primer momento, del empoderamiento de los ciudadanos y ciudadanas que, para lograrlo, deben elevar su nivel de alfabetización política. Solo los ciudadanos y ciudadanas con pensamiento crítico y conciencia política están en condiciones de tomar conciencia de que su rol de ciudadanos va más allá de su participación en la disputa partidaria por la administración del Estado y se juega en la lucha por el poder real, que cobra significado en el contexto de la contradicción principal oligarquía-pueblo. La transición se sostiene, entonces, en la sustanciación democrática del vínculo de representatividad, que se consigue con la elevación del nivel de alfabetización política de la ciudadanía, condición insoslayable del empoderamiento popular. Queda clara, entonces, la importancia crucial del proceso de formación crítica y política de la ciudadanía, lo que implica, entre otras cosas, la transformación del sistema educativo y la democratización de los medios de comunicación masivos, hoy concentrados en manos del bloque de poder oligárquico.

José Luis Lens

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Actualmente, Profesor Titular de la Cátedra de Educación Popular en la FCH-UNCPBA y Profesor Adjunto de Ciencias Políticas en la UBA-CBC.

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